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jueves, 9 de junio de 2011

La mano que se cierra. La mano que deja discurrir. La mano abierta.

La mano que se cierra, en mi caso en torno a un clavel blanco, obra de Eduardo Chillida, motiva junto a mi pensador y a la música a que piense qué agarra mi mano, a que se cierre sobre una canción, sobre una letra, sobre una nota del pentagrama, y la utilice para escribir, al digitar en el portátil he de abrirla y con ello soltar lo que pienso, lo que encierro...

Impetuosa alegría riega mis pensamientos, mis dedos son sus afluentes, aunque siento que los desbordan, la alegría no puedo asirla con la mano, hay que dejar que discurra por ella como el aullido de una guitarra eléctrica que pide liberarse de las ataduras de sus cuerdas, vibrando, escribiendo, notas al aire, letras al papel.

Las dunas se mueven lentamente, grano a grano se mueven metros al año. Grano a grano salgo del desierto de la soledad de confortables arenas movedizas que invitan a quedarse atrapado, aguila solitaria de la impía estepa de la noche donde solo pían los débiles incapaces de encontrarse a gusto con ellos mismos, sale andando de ella esperando ver otro mundo en el que que existen las bandadas en los retazos de nubes que se dibujan en el próximo y próximo amanecer por otra mano que encierra un pincel, que se abre para recibir el clavel,que se abre para dejarme su pincel.

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