La estela del reloj de arena revela el tiempo del poeta que siempre me negué a ser y que siempre he sido, paso indeciso que siempre daba. Somos animales a fin de cuentas y la cabra siempre acaba tirando para el monte. Un día la montaña fue a Mahoma. Aquí me hallo, haciendo playa en Sevilla, haciendo orilla de mar el Guadalquivir, ya que no fui al eterno entierro de la ola, que en su muerte renace como ave mitológica, en busca de preguntas a las que responder escribiendo versos, como manda la tradición.
Los versos acabaron preguntándome que hacían ellos allí, guardados en el rincón de las intenciones que no cuentan, séquito de caballos al galope que no cesan en su empeño de ser escuchados por mí.
Los días que,cómo hoy, la pereza hace que me olvide de los tapones para los oídos del corazón, los versos y palabras que vivían de cada pálpito encuentran su pluma que los dedos adormecidos manejan erráticamente pero seguros de su tarea, como recuerdos de un memorioso pintor ciego.Vendrán en playas de granos de poesías y prosas. Es cuestión de tiempo.
F.H.B.
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