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sábado, 23 de enero de 2010

La casa de la antítesis.


La recién enviudada no cabía en sí. Lloraba y reía a la par, el amor, la vida, el desamor y la muerte.
Eran ricos que vivían como pobres.
Ella científica, él, hombre de artes. Sus hijos, un niño oriundo y regordete que parecía comer lo que su hermana famélica dejaba en el plato de este, como cebando a un pequeño cerdito. El pequeño a pesar de ser zoquete, tocaba virtuosamente el piano. La chica, de una imaginación desbordante no tenía músculos que acompañaran a su ingenio, y sus ideas ya le asqueaban, al verse, por sí sola, incapacitada para sus empresas. La viuda había ganado con los años, como patito feo convertido en cisne, él, tenía un busto majestuosamente campesino y en sus poesías confundía la noche y el día, lo que había desconcertado y fascinado a la baronesa, que con los años había perdido correa, pues, aunque más guapa, cada vez era más cúbica en sus pensamientos. Esa noche o ese día, se descorchó champagne sobre las coronas de flores y risas y lágrimas endulzaron y salaron el féretro.

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